Después de la tormenta siempre escampa III. Etiquetas

La memoria empieza a jugarme malas pasadas, y he olvidado dónde lo he leído: en los tiempos inmediatamente anteriores a la guerra civil, José Antonio Primo de Rivera y Federico García Lorca cenaban y pasaban juntos la velada de los viernes. Acudían a su cita ocultándose de las gentes, que no hubiesen comprendido la simpatía que ambos se tenían. Seguro que tendrían opiniones diferentes en muchas cosas, pero eso no les impedía hablar de aquello en que coincidiesen (y discrepasen). Mal sabían ellos que la muerte les iba a unir en el mismo año y en plena juventud transformándolos en mártires cada uno de un bando. Yo los imagino jóvenes, andaluces y cultos discutiendo hasta la madrugada de cualquier tema .

Lo he recordado ahora debido a la facilidad con que las gentes se lanzan a la cara el insulto de “fascista”. Es lo bueno que tienen los adjetivos así de contundentes: crean una barrera ofensivo/defensiva ante la que ya no hace falta argumentar para supuestamente cargarse de razón. Y las barreras es lo que tienen, siempre han ejercido una gran fascinación (el gallo rojo contra el gallo negro, la riva bianca y la riva nera que nos cantaba Iva Zanichi) porque en cuanto te convences de que tu orilla es la buena, los malos quedan al otro lado bien identificados y tú dejas de estar solo porque te acompañan los camaradas de este lado de la trinchera. Seguridad, compañía, consignas gratis y la tranquilidad de no tener que pensarlo (¿fascismo?…)

Pero el dogmatismo no acaba de inventarse, siempre ha existido. Yo lo he padecido y lo he ejercido, y no veas cómo me arrepiento de lo segundo. A mí me han puesto etiquetas que seguramente han condicionado mis relaciones sociales. Recuerdo cuando unos amigos del partido comunista en mi juventud primera vinieron a decirme que me habían visto hablar con ciertas personas con quienes no debía hacerlo porque no eran «progres». Con quienes nunca volví a hablar fue con ellos,faltaría mas.Yo también he puesto etiquetas, aunque no me afectaba con las personas (he convivido con gentes de todo el espectro político, desde comunistas hasta dirigentes de Acción Católica sin problemas), sino al conocimiento, lo que es mas grave. No leía el ABC porque era de derechas, no compraba El Mundo por lo de la mochila de Atocha, no escuchaba la Cope porque era de los obispos, y había toda una lista de autores cuyos libros nunca leí porque tenían la mala etiqueta puesta.

Hace como unos diez años, empecé a leer otros periódicos, oir otras radios, y de ahí pasé a leer otros autores, buscar otras versiones. Las etiquetas han dejado de importar aunque estén ahí. Lo que no significa que tú no tengas tus convicciones, sino que escuchas lo que el otro tiene que decir, y a veces hasta te parece razonable cuando a priori a lo mejor no dabas un duro por estar de acuerdo en algo. Y no veas lo que te ensancha la visión. Por eso me produce una gran melancolía la situación que se vive en nuestro país y el ambiente cainita de en qué lado estás que respiramos. El otro día me dejó helada la frase de Maragall: «este país siempre será nuestro» porque la negativa, que él no dijo, pero que la frase implica es …»y nunca será vuestro»… da escalofríos…