Lo siento por Estrasburgo pero va a tener que compartir el trono al que le subí como mi ciudad europea favorita. Al número uno le ha salido un “uno bis” Y es que esta semana he estado en Sevilla… Y Sevilla me ha dejado sin palabras. Si la catedral de Estrasburgo tiene un exterior que impresiona y un interior mas bien austero, fruto de haber pasado por manos calvinistas que la despojaron de todo lo supuestamente supérfluo, Sevilla es al contrario: tras un exterior más o menos anodino dentro de los cánones góticos, el interior te deja sin respiración: el retablo, las rejas, las bóvedas estrelladas del crucero, el coro, la capilla real, el trascoro…Me quedé sentada delante del retablo y de aquella reja que lo protege y me quedé sin habla. Lucía a mi lado, en silencio también. ” que cuando los hombres lo vean digan que estábamos locos”, fue el encargo para hacer la Catedral y a fé que lo cumplieron. Si el reinado de Isabel I la Grande no hubiese dado otra cosa de las muchas que dió, con esta Catedral hubiera bastado para justificarse. Cuando salí de allí, ya no quería ver más. Ya me daba igual que el Guadalquivir no tenga nada que envidiar al Ill, que los edificios sean de un gusto exquisito o que la Petite France que tanto me gustaba pasear palidezca frente al barrio de Santa Cruz, para no hablar de esa fachada de San Telmo o de ese Ayuntamiento plateresco sin parangón posible en la ciudad alsaciana. Se me pueden recordar las iglesias de Estrasburgo…sí, todo va en gustos, las tiene góticas, y Sevilla barrocas. Y cada estilo tiene su belleza. Las comparaciones son efectivamente improcedentes. El Norte y el Sur, la Reforma y la Contrarreforma presentes en su historia, en su cultura, en sus iglesias. El Sacro Imperio Germánico y el Imperio español, la guerra de los 30 años en Centroeuropa y la peste en Sevilla, el comercio del Norte y el comercio americano y esos dos ríos trayéndolo al corazón de la ciudad… ¿Y qué hacemos con la copla y el flamenco? .Mejor no meterse en esas honduras…