Hace mucho que no me quedaba una noche sin dormir hasta acabarme un libro. El otro día estuve hasta las cinco de la mañana con las memorias de Félix Schlayer “Diplomat in roten Madrid”, o sea, Diplomático en el Madrid rojo. Este hombre es nuestro Schlinder particular, pero como defendió gentes de derechas, pues no tiene a un Spieldberg que le haga una película ni a un Bardem que lo interprete, ni Carmen Calvo quiere que nos acordemos de él. Qué relato tan desgarrador, hay veces que estás leyendo y tienes que parar y levantar la vista y reconocer el espacio en que estás y volver a la realidad porque sumergirte en lo que te está contando te ahoga. Como todo el mundo debiera saber, este hombre, de nacionalidad alemana, estaba instalado en España desde 1920 como vendedor de maquinaria agrícola, por lo que conocía y pateba el país a fondo. Cuando comienza la guerra, es encargado de negocios de la embajada de Noruega, y ante la ausencia del embajador, es nombrado cónsul. Tiene Noruega su edificio consular en la calle José Abascal, y desde sus dependencias ven como las milicias vienen a llevarse gentes de los pisos, hasta que una delegación de vecinos le pide que declare todo el edificio como propiedad de Noruega para situarlos bajo su protección. Así lo hacen, y empiezan a albergar a todos los que van llegando. Pronto declaran también espacio noruego el edificio lateral con sus vecinos, y de esta forma llega a tener 900 personas refugiadas. En unión con las otras embajadas, alquilan camiones para traer abastecimientos y consigue alimentar a sus 900 protegidos y aún llevar ocasionalmente víveres a las cárceles que visita regularmente, en compañía del delegado de Cruz Roja. La organización de la convivencia en tan reducidos espacios es ejemplar y no voy a relatarla aquí. En una de sus visitas a la cárcel Modelo, observa que hay un gran número de autobuses parados a la entrada. Le dicen que es para trasladar a los presos a una cárcel de levante. Llama a la tal cárcel y allí no hay previsto ningún traslado. Así es como comienza a intentar averiguar dónde están los autobuses de los presos, en su coche particular solamente acompañado del delegado de Cruz Roja. Y así es cómo descubren los 4.000 asesinados en Torrejón y Paracuellos. La denuncia de lo que está pasando, hace que las autoridades reaccionen pidiendo a Noruega que lo sustituyan, y declarándolo persona non grata hasta su expulsión del país que ocurre un año después, en 1937, pero cuando ya ha conseguido un barco francés en Alicante que se lleve a sus 900 asilados, a los que finalmente salva. El caso de Ricardo de la Cierva es estremecedor. Abogado de la embajada de Noruega y perseguido por las milicias, se refugia en el edificio de la calle Abascal. Y las milicias vienen a buscarlo. Schlayer se niega a entregarlo a las milicias por tres noches sucesivas. Ante el peligro inminente, deciden sacarlo del país en avión. Pero no tiene pasaporte español, y darle uno noruego significaría falsificar un documento, así que encuentran una solución en hacerle un salvoconducto que dice que es un noruego funcionario de la embajada noruega. Cuando ya ha traspasado todos los controles y está en la escalerilla del avión, un funcionario que se huele la situación grita: “¡oigan, esperen, que les faltan papeles!”. Ricardo vuelve la cabeza al grito de “¡oigan!” y esa es su perdición. Le hacen bajar, le interrogan, se lo llevan y aunque le prometen a Schlayer los miembros del gobierno a quienes acude que lo van a liberar, finalmente un día le dicen que no está en la cárcel, ya está en una cuneta… Schlayer regresó a España acabada la guerra, aquí vivió y aquí murió. Su libro, que publicó en 1938, sólo fue traducido y publicado en España en 2006. El olvido lo cubrió, como cubrió a Ramírez de Maeztu o Muñoz Seca, asesinados en Paracuellos. Y yo me lo he encontrado 85 años después y lo cuento como forma de homenaje a todas las víctimas por ser eso, víctimas, sin preguntar de que lado estuvieron de la trinchera.