Invernal

La niebla le ha puesto un techo gris al valle. Ayer por la tarde, las nubes empezaron a pasar a este lado de Somosierra y tras ellas ocultó su cima el Ocejón. Hoy han llegado a casa. Vivo en un inmenso molino que ya estaba aquí en los documentos del siglo XVI. Pasó a mi familia hace ahora un siglo. Mi abuelo mandó venir artesanos de Murcia para reconstruirlo y aquí venía a caballo o en carro durante los veinte años que serían los últimos de su vida. Él, hombre de ciudad, aquí experimentó cultivos agrícolas y regadíos. Conservo los libros de cultivos en que sin duda buscó ayuda técnica. En los años 70 nos lo quemaron. Ardió, solo quedaron las cuatro paredes. Yo lo reconstruí con la misma traza, y en esta inmensa vivienda llevo recluida los dos últimos años. No voy a escribir las “Lettres de mon moulin” como Daudet, ni esto es un refugio del mundo urbano como Herculano en Vale de Lobos, ni mucho menos es la Ibiza donde esperar la muerte de Antonio Escohotado. No. Aquí aprendo agricultura y estudio ruso. Leo las cantidades apropiadas de semillas, de abonos, de herbicidas y lamento no tener fuerza física para irme a arar los campos. Aprendo ruso que me absorbe la curiosidad y me desarrolla la memoria en palabras de una sonoridad imposible para mi garganta castellana. Acarreo carretillas de leña para la chimenea y alimento a mis animales. Pongo incubadoras de huevos y cuido pollitos. Soy la encargada del fuego cuando se abren las colmenas. Leo historia, toda la historia que no pude leer cuando el trabajo con los niños me absorbía. Veo películas francesas para no perder el idioma, nunca se sabe cual te hará falta en el más allá, me puede tocar el cielo de Francia como decía José Luis Cuerda. Busco películas antiguas donde se ven pueblos y pequeñas ciudades. Me gusta recordar la construcción típica francesa que yo conocí y los viajes atravesando el país que tanto añoro. Paseo a mis burros. A Sofía, la testa se le ha poblado de canas, como a mí mi cabeza. Nos acompañamos desde 2010 y parece que envejecemos a la par. Platón es joven y desconfiado, pero me lanza pequeños bocados de complicidad al abrigo cuando lo conduzco al pasto. Adoran las manzanas, y yo recojo las más defectuosas de los árboles para dárselas. Los membrillos aún no se han desprendido de sus hojas doradas y entre la hojarasca se encuentran ya medio podridos los últimos frutos. También se los doy a Platón, igual que los higos morados. Cuando puedo, les traigo bellotas de las encinas que ronchan con placer goloso. La niebla lo ha llenado todo de pequeñas gotas y de los chopos caen a intervalos regulares gruesos goterones. Ayer nos sobrevolaron veinte buitres y esta mañana Cruella, el águila perdicera, se ha lanzado en picado sobre la chopera buscando desayunar. En el porche de casa se ha instalado una pareja de gorriones y los mirlos de pico amarillo sobrevuelan los escaramujos buscándoles los frutos rojos. En la España vaciada a 7 de diciembre de 2021