Lenguajes

Consultaba yo el otro día las estadísticas educativas del Ministerio en su página web, y me sale un PDF de mas de cien páginas en cuyo inicio advierten: “cuando decimos alumnos y profesores, nos referimos naturalmente a alumnos y alumnas y profesores y profesoras”. ¡Consideran necesario aclarar que van a escribir como mandan las normas!. El lenguaje inclusivo hubiese multiplicado el PDF por encima de las doscientas páginas, y claro, cuando llega la hora de la verdad, repetir hasta el infinito debió aburrirles. Pero te advierten que van a escribir como es debido casi pidiéndote disculpas por hacerlo… Siempre he admirado un buen uso del idioma. En mi casa nunca se habló mal. Cuando algo irritaba por encima de lo normal a mi padre, lo peor que hacía era cagarse en la mar salada. Nunca se decía un taco en casa. Y teníamos fórmulas de educación que repetíamos diariamente. Por la mañana saludábamos: “Buenos días, ¿ha descansado usted?- “Bien, ¿y tu?- “Bien gracias”. Por la noche, nos despedíamos diciendo “hasta mañana si dios quiere, que descansen y pasen buena noche”. Todos los compañeros del colegio se admiraban de que llamásemos de usted a nuestros padres, pero a mí eso nunca me produjo ningún efecto de frialdad o desamor, sino de respeto y cariño. Estudié los tres primeros cursos de bachillerato “por libre”, es decir, iba a los exámenes que me había preparado un maestro, Don José, en el despacho de su casa (hoy derruída con el tejado abierto al cielo) con otros dos compañeros. No tuve un profesor por asignatura ni un grupo de clase hasta cuarto de bachillerato, a los 14 años. Recuerdo a mi profesora de historia, la Señorita Aurora. Entonces era normal “salir a dar la lección”. La señorita nos llamaba, íbamos al estrado y allí nos hacía preguntas de lo que llevábamos para estudiar. Con mi gusto por la historia, cuando llegó mi turno empecé a contestar con un lenguaje que a la profesora debió chocarle, pues me paró en seco cuando yo estaba pronunciando la frase “ gobernados por diversos regímenes…”.-“¿Qué significa regímenes?”- “diferentes sistemas políticos”. Se me quedó mirando: “ah, vale, creía que hablabas de memoria sin saber lo que decías”. A mi hija, nunca le induje ni permití el uso de infantilogismos. Jamás dijo “tate”, “yaya” o “guauguau”, sino chocolate, abuela y perro, por poner algún ejemplo. Y en el colegio, inculqué lo mismo a mis alumnos siempre que pude. Recuerdo que en el Instituto Español de Lisboa tenía una pequeña estación meteorológica donde todas las mañanas iban dos alumnos a tomar los datos de temperatura y pluviosidad con los que después aprendíamos a hacer gráficos. Estábamos a principios de tercero de primaria, mis alumnos tenían ocho-nueve años. Una mañana, le tocaba a Ricardo Albinski y su compañero ir a tomar datos. Cuando salieron de clase, el director pasaba por el pasillo y les preguntó qué hacían fuera del aula. Ricardo le respondió “vamos al laboratorio a coger una probeta para medir el agua del pluviómetro”. El director me comentó luego admirado lo bien que hablaban “mis chicos”. La facilidad de palabra, el uso de vocabulario apropiado y exacto como mejor forma de una expresión rigurosa con el concepto que se quiere comunicar, siempre me han admirado. Y la concisión, no soporto la verborrea, la repetición, la redundancia. Siempre vuelvo a Zaratustra: “Recto pensar, recto hablar, recto actuar”. ¡Ójalá este año que empieza sea el de la vuelta a su lugar exacto del péndulo del lenguaje! En la España vacía y hoy muy fría, a 7 de enero de 2022