En el tercer año de facultad, me fui de lectora de español a un lyceo de Burdeos. Pero no quería interrumpir mis estudios, así que hablé con los profesores y me comprometí a venir a Madrid a todos los exámenes, trimestrales y finales, si me daban una lista de libros para prepararlo. Así fue con tres asignaturas, las demás las dejé para septiembre. Aquel año teníamos Historia Medieval, y yo me la preparé con la bibliografía que me había dado el profesor con el resultado de que mis exámenes eran diferentes a los de mis compañeros que se habían atenido a los famosos apuntes mientras los míos reflejaban lecturas diversas. Al final, el profesor decidió darme Matrícula de Honor, lo que provocó las protestas de algún miembro del Departamento pues, decían, no podía darse la nota máxima a quien no había ido a clase. Tal vez por eso, el director del Departamento me llamó un día a su despacho. Me dijo que él había estado en desacuerdo con mi nota pero ya estaba dada y me preguntó qué quería yo hacer en el futuro. Le dije que me gustaba la docencia, y entonces, decidió darme un consejo que yo no le había pedido: “Búscate un profesor que te guste más o menos y te pegas a él. Si hay que llevarle a la estación, le llevas; si hay que hacerle la compra, se la haces; si tienes que limpiarle los zapatos, se los limpias. Esa es la forma de conseguir un puesto en la Universidad si es eso lo que quieres”. Yo era muy joven y no tuve respuesta ( o no la recuerdo) pero salí de allí escandalizada y muy enfadada. ¿Me habría dado el mismo consejo si hubiese sido un hombre? Yo creo que sí, pero nunca sabré si era totalmente abyecto o sólo era machista. He recordado todo esto ya casi olvidado al percibir el mismo espíritu en las declaraciones ante el juez de las escoltas de la ministra de Igualdá. Las mandaba a por pañales, a traer y llevar a su padre, a calentarle el coche, a comprar pizza…Y no sólo a la escolta, también a la jefa de prensa que obedecía sin chistar aunque luego se quejase a los compañeros. Ese espíritu de sojuzgamiento al inferior jerárquico y paralelo sometimiento de éste a la situación que se crea, es intelectualmente repugnante para mí. Y me sorprende en alguien tan joven, que mantiene un discurso de lucha por la mujer y la justicia tanto en las mas elevadas como en las mínimas microcausas pero reproduce en sus acciones punto por punto el programa de aquel profesor de los años ochenta. Y no sólo en el trato a sus escoltas, sino la forma en que por otro lado se somete a su vez a los caprichos de su “catedrático”. Causa estupor y tristeza ver a esas tres mujeres jóvenes, agarradas a los sillones ministeriales resistiendo todos los vendavales que se llevan sus supuestas convicciones mientras ellas, cabello ondeante al viento, se aferran al simulacro de poder del que ni siquiera disponen, protestando “un poquito” pero perdonando a renglón seguido los desmanes del jefe. Ninguneadas, dejadas de lado, sin ningún poder de decisión, sin información, meras cariátides huecas. ¡Y eran ellas quienes iban a enseñarnos a las mujeres a ejercer nuestro poder! “Si hay que limpiarle los zapatos, se los limpias”. ¡Qué pena, tan jóvenes!