Fíjate que yo no conocía a Condorcet, nada, lo típico, un nombre entre otros en la revolución francesa. Y héteme aquí, que, viniendo a conocerlo mínimamente, resulta que es un señor cuyas ideas están actualmente en discusión, pasados que son dos siglos y medio. He empezado a leerle por la cita que de él hace, Jean-Paul Brighelli, autor de “La fabrique du cretin. La mort programmée de l´école” y “La fabrique du cretin. Vers l`apocalypse scolaire” (Éditions de l´Archipel, Paris, 2022). El título de Brighelli, hacia el apocalipsis escolar, es un repaso a los orígenes de la desastrosa situación de la enseñanza en Francia. Ellos empezaron antes que nosotros cambiando los programas de francés, eliminando la cronología de la historia, enseñando por competencias, eliminando las notas numéricas y los exámenes, bla, bla, bla. El programa actual de nuestro querido y nunca suficientemente loado gobierno progresista, que a pesar de implantando hace tiempo en la Francia, y constatado su fracaso, sigue viento en popa en nuestro país gracias al paletismo plagiante de nuestros chicos. Brighelli recuerda a Condorcet y allá que voy yo a ver qué dice. Y me encuentro a Marie Jean Antoine Nicolas, marqués de Condorcet. Gran matemático, sus primeras obras son sobre el cálculo de integrales. Y a las matemáticas y las ciencias se hubiese dedicado Marie Jean si no fuese que le estalla la Revolución y a pesar de su nacimiento en noble cuna, se sitúa entre los revolucionarios. Lo eligen representante en París y entra en la Asamblea constituyente, donde defiende el laicismo en la enseñanza (¡Ay!) y propone un modelo de Constitución. Pero llega la votación sobre si cortarle o no la cabeza a Louis XVI y nuestro Marie Jean vota que no, el pobre. Encima se le ocurre criticar la Constitución aprobada y me lo condenan a muerte como es natural. Huye, pero lo cogen, lo encierran y el día que van a buscarlo para llevarle a la guillotina lo encuentran muerto en su celda lo que le permite llegar al más allá con la cabeza sobre los hombros pero igual de cadáver. ¿Y qué decía Marie Jean?. Resumiéndolo mucho, mucho, en su “Cinq mémoires sur l´instruction Publique” (Publicado en 1994 por Flammarion), aboga por separar la Instrucción cuya responsabilidad adjudica a los poderes públicos, de la Educación que debe recaer en la familia. ¡Bien por ti, Marie Jean!.Y va desgranando sus razones: -Porque la educación es un deber natural de los padres, de donde deriva un derecho que no puede ser conculcado por el poder público. -Porque una educación pública sería contraria a la independencia de las opiniones. -El deber, como el derecho de los poderes públicos se limita a fijar el objeto de la Instrucción y a asegurar que se cumpla. -Los poderes públicos no pueden establecer un cuerpo de doctrina que deba ser enseñado exclusivamente. Le copio directamente “l’éducation, si on la prend dans toute son étendue, ne se borne pas seulement à l’instruction positive, à l’enseignement des vérités de fait et de calcul, mais elle embrasse toutes les opinions politiques, morales ou religieuses. Or, la liberté de ces opinions ne serait plus qu’illusoire, si la société s’emparait des générations naissantes pour leur dicter ce qu’elles doivent croire ».Óle y Óle, Marie Jean, los poderes públicos no pueden apoderarse de las generaciones nacientes para dictarles lo que deben creer. Bueno, no puedo ponerlo todo. Resumiendo: razona y explica cómo la escuela ha de ser laica y no debe enseñar religión, que las niñas deben recibir la misma instrucción que los niños, que no se les debe separar por sexos en los colegios, etc, etc, etc. Pero tiene un capítulo dedicado a explicar la inconveniencia de estudiar la Constitución en los colegios, que no me resisto a omitir: “La constitution de chaque nation ne doit faire partie de l’instruction que comme un fait. On a dit que l’enseignement de la constitution de chaque pays devait y faire partie de l’instruction nationale. Cela est vrai, sans doute, si on en parle comme d’un fait ; si on se contente de l’expliquer et de la développer ; si, en l’enseignant, on se borne à dire : Telle est la constitution établie dans l’État et à laquelle tous les citoyens doivent se soumettre. Mais si on entend qu’il faut l’enseigner comme une doctrine conforme aux principes de la raison universelle, ou exciter en sa faveur un aveugle enthousiasme qui rende les citoyens incapables de la juger ; si on leur dit : Voilà ce que vous devez adorer et croire, alors c’est une espèce de religion politique que l’on veut créer ; c’est une chaîne que l’on prépare aux esprits, et on viole la liberté dans ses droits les plus sacrés, sous prétexte d’apprendre à la chérir ». ¡Chapeau, don Marie Jean!