Desde el silencio de los corredores, ausente el ruido de la superficie, ignoro con qué señuelos emocionales estarán siendo conducidas las masas gregarias. Esa ignorancia me regenera el espíritu. Para quien nada espera del triunfo de la razón humana hoy sepultada por la contorsión hipnótica de los encantadores, ignorar los detalles de la corrupción representa un cierto descanso espiritual. Por los sombríos corredores, entre las sombras que proyectan las antorchas suspendidas en las paredes, se consigue impedir el acceso de los llamados medios de comunicación de masas casi de forma completa. Llegan apenas en ocasiones vagos ecos lejanos que se cuelan con el viento por las rendijas de las rocosas bóvedas. Pero se ha cumplido un mes y no dejo de acordarme de la muchacha de Cherburgo, la última noticia que me impactó antes de hundirme en estas profundidades. Quiero creer que son un clamor de los medias y de la sociedad a esta hora las muestras de dolor por su tortura, su brutal violación, su destrozo físico y mental. Pensar que los médicos que la atendieron han necesitado ayuda psicológica pues nunca habían visto nada tan brutal da idea de la barbarie. Cuando abandoné el mundo, la muchacha estaba en coma. No consigo saber si se ha recuperado físicamente, si ya ha salido del peligro máximo en que se encontraba, porque sólo me llegan débiles ecos de un tipo al parecer soez que le ha dado un beso a una muchacha sin que esté claro que la pidió permiso…